miércoles, 12 de septiembre de 2012

Sexualidad en la historia de Latinoamérica



La sexualidad en Latinoamericana está irremediablemente ligada a las diferentes culturas que han reinado sobre sus pueblos a lo largo de la historia. La manera en que hoy comprendemos y vivimos nuestra sexualidad no es sino el fruto de los tabúes y costumbres aprendidas y adaptadas por nuestros antepasados.
Los latinos somos demostrativos, sensuales, nuestro lenguaje corporal dista mucho de la aparente frialdad de otras culturas. Nuestros ritmos mestizos, nuestras sangres mezcladas, nos han dotado de un calor poco común. Nos acompaña el clima en la mayor parte de nuestros territorios, nos acompañan el calor, la luz y hasta la pobreza de muchos de nuestros pueblos, que invita a un goce primario de la vida, y la sexualidad es uno de los placeres básicos del ser humano.


Herencia europea y la Iglesia Católica

Mientras las culturas precolombinas viven su sexualidad libremente, en Europa la Iglesia impone mano férrea en la conducta sexual de España. El control de la sexualidad durante los mil años del Medioevo europeo marcó usos y costumbres que, hoy, todavía colorean los tabúes acerca del sexo.
Autoridades episcopales y monacales rigen el orden en ciudades y campiñas, de este modo queda afectada la sexualidad, que queda encorsetada en el marco del matrimonio, siendo este rígidamente controlado en sus aspectos más íntimos por las normas eclesiásticas de cada confesión.
El matrimonio eclesiástico, entre hombre y mujer, indisoluble y normado, destierra las costumbres bárbaras del adulterio y del incesto. Relaciones adúlteras, homosexuales, grupales, masturbación y libertad de juego sexual fueron proscritas en este nuevo orden sexual cuya finalidad última y bendecida es la procreación. El derramamiento de semen, la imposibilidad de concebir, las tendencias homosexuales o el conocimiento carnal por placer son severamente catalogados. La infidelidad y la virginidad se convierten en dos pilares de la tradición sexual durante, ni más ni menos, mil años.
                                     

Este oscurantismo sexual pretende y elige la “postura del misionero” tradicional como la recomendada. Favorece la procreación y estimula menos el placer que otras prácticas. Se persigue la consumación del matrimonio con un único fin, la descendencia.
No es de extrañar, ya que los matrimonios, en ese momento, son planeados como alianzas políticas y económicas, asegurando linajes de comerciantes o casa reales, de la misma manera en que hoy se producen fusiones empresariales y alianzas internacionales. La mujer no tiene entidad de derecho, es un objeto y una moneda de cambio.
Su cuerpo es atesorado como recipiente de la semilla del varón, ella es la productora de la cría y de ella dependen, al final, los linajes y esperanzas.
Sin embargo, toda esta normativa fría, todo este reglamento, no puede contener la naturaleza humana. Si se lucha denodadamente contra el adulterio, es porque se produce. Si se norma tan duramente, es porque hay desmanes continuos y naturales. El amor, el deseo, la sensualidad, la excitación, todos estos aspectos son inherentes al ser humano. No se pueden extinguir.
Así pues, paralelamente a estas condiciones eclesiásticas, existen los placeres, las amantes, las cortesanas, las prostitutas, los amores ilícitos, el sexo oral, el sexo homosexual, la masturbación, la barraganía, el amancebamiento y toda la serie de tendencias naturales en la sexualidad.

Sexualidad latinoamericana hoy

Somos lo que hemos sido. Curiosamente nuestra etiqueta de pueblos sensuales está marcada a fuego con la represión de las costumbre europeas de la Conquista española y portuguesa. Nuestra naturalidad e inocencia fueron vestidas con la armadura y el corsé de la Iglesia Católica y el tabú y el prejuicio se instalaron en nuestras camas.
Nuestras culturas han creado mitos y leyendas como los nombrados por el etnógrafo Ambrosetti para deslindar responsabilidades en los comportamientos sexuales “erróneos” y en los deseos eróticos. De este modo hemos culpado al bien dotado Curupí, al húmedo I-porá y al rubio Yasy-Yateré de nuestros embarazos y huídas más vergonzantes.
Tenemos un aspecto erótico superficial notable, pero nuestras sociedades están plagadas de gestos que llenan de pecaminosidad nuestra sexualidad. No estamos aún abiertos  a la libertad de vivir nuestro erotismo de manera libre y natural. La homosexualidad, la transexualidad, la sexualidad antes y fuera del matrimonio, las diferentes filias sexuales son acalladas en un murmullo nervioso y marcadas aún como estigmas sociales. Una de las funciones naturales para la que estamos diseñados, y que nos es tan necesaria como comer, dormir o beber, es coartada todavía en el siglo XXI en Latinoamérica por razones de creencia religiosa y moral heredadas hace 500 años.



Seguimos manteniendo una doble moral aprendida de los años del Medioevo europeo. Una cosa es la vida privada y otra la imagen social. Esta disociación resulta dolorosa y muchísimas veces agraviante para mujeres y  niños, que sufren las consecuencias de no poder hablar y denunciar abusos, o informarse debidamente de cuáles son sus derechos y libertades.
Mientras tanto, nuestros vecinos anglosajones, europeos y asiáticos investigan y experimentan sus sexualidades desde ángulos increíbles a nuestra mirada. Ellos, con su aspecto más frío y distante, se relacionan con su aspecto erótico de una manera libre, en la intimidad, sin permitir que tabúes sociales impuestos los persigan hasta debajo de la cama, o encima, en este caso.


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