Recuerdo la primera vez que sentí un poderío diferente. Tendría unos 13 años, las piernas largas, los ojos grandes, unos senos que aún se estaban acomodando (lentamente) y la habilidad social de un gato de campo. Salía del portal de mi casa y aquel muchacho que me había martirizado durante meses burlándose de mi estilo "chicazo" se me quedó mirando. Aquella tarde no hundí los hombros esperando el insulto. Miré de reojo y sin dejar de controlar sus movimientos, levanté la cabeza y saqué pecho. Inmediatamente mi forma de caminar cambió. De trotecillo desgarbado a pisada firme.
El muchacho, Txema, no dijo nada. Cuando los otros chicos que se apiñaban en las escaleras por donde yo había de bajar empezaron a estirar las piernas para ponerme la zancadilla, le escuché decir: "Dentro de unos años Veronique va a ser una belleza".
Podría reproducir cada fonema. Está grabado en mi memoria. Ese comentario amable desató una sensación de poder en mí que nunca había sentido. Sin darse cuenta, el muchacho abrió la puerta que me ha llevado a tantos lados y aún me transporta.
Yo, nosotras, utilizamos el encanto de ser hembras desde el mismo momento en que nos damos cuenta de que a ellos, los varones, les interesa. Hay un momento en que la cadera de una muchacha se curva y adquiere la dimensión de un sueño húmedo, entonces comienza la magia.
Una sonrisa, una mirada un instante más larga y profunda que lo esperado (mirada dulce, agresiva, lasciva, candorosa... dependiendo de la situación), un descuidado movimiento que revela un hombro, el suave perfume de la piel, el brillo de los ojos enmarcados en un mar de pestañas, la voz (profunda y sugerente o musical y aniñada), los mohines. Un universo exterior de señales irresistibles que no son más que la expresión de lo que la mujer quiere. Ahí está el poder de la mujer. Sugiere suavemente con la firmeza y decisión de un pitbull.
¿Te has detenido alguna vez a contemplar el paso de una mujer segura de sí misma? ¿Has disfrutado de la sonrisa anticipada de una mujer que sabe lo que quiere? ¿Has podido resistir la fragilidad absoluta de una mujer triste? ¿Te ha convencido ese mohín irresistible?
Cuando se hablaba, no hace ni cincuenta años, del sexo débil, las mujeres no tenían la posibilidad social de obtener nada que no fuera con estas artes innatas. Después de la segunda mitad del S.XX los roles clásicos de hombres y mujeres han quedado un tanto desdibujados. Las mujeres han ido adquiriendo una paulatina y creciente presencia en todos los ámbitos sociales. Los nuevos logros en el campo laboral, político y social no han hecho, sin embargo, que la mujer olvide sus artes. Al contrario, las despliega con menos disimulo que nunca y muestra cómo lo disfruta.
Confieso que como hija de la década de los 70 en Europa he disfrutado de este juego de poder y seducción libremente. Como yo, miles de mujeres han probado hasta dónde pueden llegar y la sorpresa es que no hay techo. Este descubrimiento embriagador tiene su lado negativo también.
Ebrias de entusiasmo, y con toda justicia, las mujeres hemos desplazado a los varones de sus roles de proveedores y patriarcas. Dueñas de nuestra sexualidad, con la ciencia de nuestro lado y las leyes que nos protegen (aún no a todas, pero ya llegará), podemos ser madres sin los hombres. Podemos valernos solas en todo.
¿En todo?
Los extremos siempre resultan una distorsión. No podemos valernos solas en todo y eso está bien. Necesitamos amar y sentirnos amadas. Si una mujer es lesbiana tiene el asunto solucionado, con un poco de suerte encontrará una compañera en el universo femenino. Pero las demás buscaremos un hombre.
Es en este momento de la búsqueda del amor cuando escucho demasiado frecuentemente que "No hay hombres".
¿No hay hombres?
Si yo he luchado toda mi vida por obtener una posición social y económica que me merezco, y gano exactamente lo mismo o más que un hombre... ¿por qué debe ser él el que me invite cuando salimos? Si yo conduzco mi auto y el hombre me acompaña de copiloto... ¿tengo que esperar a que me abra la puerta del auto para salir? Si los dos trabajamos y compartimos una casa, hijos o mascotas... ¿tengo derecho a quejarme porque además de trabajar afuera tengo que trabajar en casa? ¿No es lógico compartir todos los roles cuando hemos llegado a conquistarlos?
Soy una convencida de que los derechos traen obligaciones. Jamás daría un paso atrás en nuestras conquistas, es más, aún tenemos mucho camino que recorrer, pero no podemos seguir utilizando nuestro poder para protestar por lo agotador que es.
Creo que nuestro camino está claro. Cada vez somos más las que decidimos sobre nuestras vidas, y nuestras hijas no conciben el mundo de otro modo. Pero considero que hemos dejado a los varones un tanto descolocados. Y los seguimos despistando cuando queremos "un macho recio que sea sensible y compañero pero pueda hacerse cargo de todas las situaciones sin que yo sienta que mi feminidad o mis derechos son vulnerados".
Hace unos días le dije a un hombre con el que conversaba que era cierto, que yo era consciente del poder que tenía como mujer, que lo utilizaba ya que era mío. Sonrió. "Bien", dijo, "ahora te toca a ti invitar". Sonreí y llamé al camarero. Sí, pensé, es mi turno, nuestro turno, en todos los derechos y obligaciones.
Podría reproducir cada fonema. Está grabado en mi memoria. Ese comentario amable desató una sensación de poder en mí que nunca había sentido. Sin darse cuenta, el muchacho abrió la puerta que me ha llevado a tantos lados y aún me transporta.
Yo, nosotras, utilizamos el encanto de ser hembras desde el mismo momento en que nos damos cuenta de que a ellos, los varones, les interesa. Hay un momento en que la cadera de una muchacha se curva y adquiere la dimensión de un sueño húmedo, entonces comienza la magia.
Una sonrisa, una mirada un instante más larga y profunda que lo esperado (mirada dulce, agresiva, lasciva, candorosa... dependiendo de la situación), un descuidado movimiento que revela un hombro, el suave perfume de la piel, el brillo de los ojos enmarcados en un mar de pestañas, la voz (profunda y sugerente o musical y aniñada), los mohines. Un universo exterior de señales irresistibles que no son más que la expresión de lo que la mujer quiere. Ahí está el poder de la mujer. Sugiere suavemente con la firmeza y decisión de un pitbull.
¿Te has detenido alguna vez a contemplar el paso de una mujer segura de sí misma? ¿Has disfrutado de la sonrisa anticipada de una mujer que sabe lo que quiere? ¿Has podido resistir la fragilidad absoluta de una mujer triste? ¿Te ha convencido ese mohín irresistible?
Cuando se hablaba, no hace ni cincuenta años, del sexo débil, las mujeres no tenían la posibilidad social de obtener nada que no fuera con estas artes innatas. Después de la segunda mitad del S.XX los roles clásicos de hombres y mujeres han quedado un tanto desdibujados. Las mujeres han ido adquiriendo una paulatina y creciente presencia en todos los ámbitos sociales. Los nuevos logros en el campo laboral, político y social no han hecho, sin embargo, que la mujer olvide sus artes. Al contrario, las despliega con menos disimulo que nunca y muestra cómo lo disfruta.
Confieso que como hija de la década de los 70 en Europa he disfrutado de este juego de poder y seducción libremente. Como yo, miles de mujeres han probado hasta dónde pueden llegar y la sorpresa es que no hay techo. Este descubrimiento embriagador tiene su lado negativo también.
Ebrias de entusiasmo, y con toda justicia, las mujeres hemos desplazado a los varones de sus roles de proveedores y patriarcas. Dueñas de nuestra sexualidad, con la ciencia de nuestro lado y las leyes que nos protegen (aún no a todas, pero ya llegará), podemos ser madres sin los hombres. Podemos valernos solas en todo.
¿En todo?
Los extremos siempre resultan una distorsión. No podemos valernos solas en todo y eso está bien. Necesitamos amar y sentirnos amadas. Si una mujer es lesbiana tiene el asunto solucionado, con un poco de suerte encontrará una compañera en el universo femenino. Pero las demás buscaremos un hombre.
Es en este momento de la búsqueda del amor cuando escucho demasiado frecuentemente que "No hay hombres".
¿No hay hombres?
Si yo he luchado toda mi vida por obtener una posición social y económica que me merezco, y gano exactamente lo mismo o más que un hombre... ¿por qué debe ser él el que me invite cuando salimos? Si yo conduzco mi auto y el hombre me acompaña de copiloto... ¿tengo que esperar a que me abra la puerta del auto para salir? Si los dos trabajamos y compartimos una casa, hijos o mascotas... ¿tengo derecho a quejarme porque además de trabajar afuera tengo que trabajar en casa? ¿No es lógico compartir todos los roles cuando hemos llegado a conquistarlos?
Soy una convencida de que los derechos traen obligaciones. Jamás daría un paso atrás en nuestras conquistas, es más, aún tenemos mucho camino que recorrer, pero no podemos seguir utilizando nuestro poder para protestar por lo agotador que es.
Creo que nuestro camino está claro. Cada vez somos más las que decidimos sobre nuestras vidas, y nuestras hijas no conciben el mundo de otro modo. Pero considero que hemos dejado a los varones un tanto descolocados. Y los seguimos despistando cuando queremos "un macho recio que sea sensible y compañero pero pueda hacerse cargo de todas las situaciones sin que yo sienta que mi feminidad o mis derechos son vulnerados".
Hace unos días le dije a un hombre con el que conversaba que era cierto, que yo era consciente del poder que tenía como mujer, que lo utilizaba ya que era mío. Sonrió. "Bien", dijo, "ahora te toca a ti invitar". Sonreí y llamé al camarero. Sí, pensé, es mi turno, nuestro turno, en todos los derechos y obligaciones.
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