Foto: Néstor Gorriti
He contemplado largamente en silencio la curva de una nariz, el tremor de unos párpados cerrados, la suavidad de unos labios comidos a besos. También me he dejado arrastrar por la pesadez del sueño delante del otro. Y este es un momento y ejercicio que me resultan muy interesantes.
No puedo dormir cuando alguien me mira.
Para mí, dormir cuando alguien está despierto cerca de mí es un tabú autoimpuesto y que pocas, muy pocas personas, han conseguido saltar.
Desprotección, vulnerabilidad, falta de control... dejar que eso se haga reinante me resulta muy complicado.
No duermo jamás en un avión, nunca me quedo dormida en un cine o en la playa. No cierro los ojos. En nigún momento.
Entonces cuando consigo suspirar acompañada por la respiración pesada, e incluso el leve ronquido profundo de aquel a quien le confío mi intimidad... cuando duermo en su presencia, es que todo va muy bien.
Dormir es morir un poco, o ensayar la muerte. Contemplar el sueño ajeno es perturbadoramente poderoso, no hay momento más desprotegido, o sí, quizá el del orgasmo. Pero ambos instantes son el epítome de lo íntimo.
Dormir contigo es un regalo.
El premio... despertar a tu lado.
Brillante. Me ha encantado. ¿Y que me dices de sentirte aún a sabiendas de estar dormido?
ResponderEliminarMaravilloso me parece eso. Saber que el otro está aún estando inconsciente.
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