Lo siento mamá, abuela. Sé que intentaron hacer lo mejor para mí pero estaban ambas equivocadas. Amar no se trata de dar. Se trata de dar y recibir. Y nunca me enseñásteis a recibir.
Tuvieron que pasar 40 años para que me diera cuenta. 40 años y una terrible experiencia. Mamá, los hombres no son niños grandes ni hay que "saber llevarlos". Cuando tu vida se centra en complacer a tu compañero para que te siga amando... estás en un problema. Te pedirá más y más cosas, cada vez más imposibles y se habrá acostumbrado a que siempre dices "Sí". Abuela, "estos hombres son todos así" no es una premisa válida... porque resulta que no todos son iguales, ni parecidos.
Mamá, me enseñaste que ser una niña buena y obediente era lo que estaba bien. Odiabas que yo fuera desobediente como un rizo fuera del sombrero. Te costó pero lo aprendí, y me rompiste la vida má.
Enseñar a un niño a ser obediente es lo mismo que amaestrar un perro para que baile sobre sus patas traseras. Las personas son únicas, irrepetibles y valiosas. Enseñar a obedecer es doblegar un espíritu.
Te enfadaste mucho conmigo por ser una niña callada y antipática, metida hasta los ojos en los libros. Nunca me interesaron las muñecas, pero sí las construcciones y los autos. Lloré en el camino todas las veces que me arrastraste hasta la clase de ballet clásico para que aprendiera "un poco de gracia", pero yo quería galopar a caballo y para ello era capaz de esperar horas de pie en una esquina de la arena, mendigando una vuelta en alguno de los caballos de la escuela de equitación. Cosa que te parecía espantosa.
Mamá, yo no era rebelde para enojarte. Era simplemente una adolescente. Y después me fui.
Pero ya era tarde. Sin querer obedecí cada uno de tus mandatos y entendí que amar era dar. Que la presencia de uno es estorbo. Que decir "No" está mal.
Te vas a reír, pero aprendí a cocinar para complacer. Yo que no sabía ni cocer un huevo y me hubiera alimentado de algas secas. Aprendí a coser mamá, aunque cada puntada me parecía una bofetada a mi carrera universitaria. Aprendí a callarme, mamá, aunque universos cuajados de palabras se me deslizaban por los dedos en papeles escondidos.
Mamá, casi me creí que escribir era una tontería... y es la sangre que me corre por el cuerpo.
Mira má, yo soy una mujer a la que la obediencia le da alergia, no tolero a los totalitarios, los prejuicios y los inentendibles códigos de ética por los que se rige cada cual. No creo en ningún dios. No creo en el matrimonio per se. No creo que los hombres son machos caprichosos y un tanto obtusos, y me encanta el sexo. El sexo no es malo mamá, es una de las mejores cosas con las que la biología nos recompensa.
Se trata de libertad. Que no es libertinaje. Pero tú no lo entiendes porque nunca entendiste que la mujer es tan libre como el hombre. No sabes qué es ser libre. Libre de mandatos, de pasado y de costumbres. La vida es aquí y ahora.
Tengo dos hijos que no saben lo que es obedecer. Conocen compartir, dialogar y respetar. Jamás les dije que me tienen que obedecer porque son personas pequeñas. Los acompaño un trecho del camino hasta que caminen más rápido que yo.
Si tuviera ua hija le daría armas para disfrutar su libertad, alas para surfear la vida, abrazos para repartir y millones de besos, porque no se gastan. Le diría que nunca obedezca a nadie y que su opinión vale como la de cualquier otro. Le enseñaría a decir "No" y a entender que recibir es tan natural como dar.
Yo ya lo aprendí. Y solo espero que mi caso no sea el único. Que miles de mujeres hayan entendido también y estén pasando a la siguiente generación lo aprendido.
Mamá, me enseñaste que ser una niña buena y obediente era lo que estaba bien. Odiabas que yo fuera desobediente como un rizo fuera del sombrero. Te costó pero lo aprendí, y me rompiste la vida má.
Enseñar a un niño a ser obediente es lo mismo que amaestrar un perro para que baile sobre sus patas traseras. Las personas son únicas, irrepetibles y valiosas. Enseñar a obedecer es doblegar un espíritu.
Te enfadaste mucho conmigo por ser una niña callada y antipática, metida hasta los ojos en los libros. Nunca me interesaron las muñecas, pero sí las construcciones y los autos. Lloré en el camino todas las veces que me arrastraste hasta la clase de ballet clásico para que aprendiera "un poco de gracia", pero yo quería galopar a caballo y para ello era capaz de esperar horas de pie en una esquina de la arena, mendigando una vuelta en alguno de los caballos de la escuela de equitación. Cosa que te parecía espantosa.
Mamá, yo no era rebelde para enojarte. Era simplemente una adolescente. Y después me fui.
Pero ya era tarde. Sin querer obedecí cada uno de tus mandatos y entendí que amar era dar. Que la presencia de uno es estorbo. Que decir "No" está mal.
Te vas a reír, pero aprendí a cocinar para complacer. Yo que no sabía ni cocer un huevo y me hubiera alimentado de algas secas. Aprendí a coser mamá, aunque cada puntada me parecía una bofetada a mi carrera universitaria. Aprendí a callarme, mamá, aunque universos cuajados de palabras se me deslizaban por los dedos en papeles escondidos.
Mamá, casi me creí que escribir era una tontería... y es la sangre que me corre por el cuerpo.
Mira má, yo soy una mujer a la que la obediencia le da alergia, no tolero a los totalitarios, los prejuicios y los inentendibles códigos de ética por los que se rige cada cual. No creo en ningún dios. No creo en el matrimonio per se. No creo que los hombres son machos caprichosos y un tanto obtusos, y me encanta el sexo. El sexo no es malo mamá, es una de las mejores cosas con las que la biología nos recompensa.
Se trata de libertad. Que no es libertinaje. Pero tú no lo entiendes porque nunca entendiste que la mujer es tan libre como el hombre. No sabes qué es ser libre. Libre de mandatos, de pasado y de costumbres. La vida es aquí y ahora.
Tengo dos hijos que no saben lo que es obedecer. Conocen compartir, dialogar y respetar. Jamás les dije que me tienen que obedecer porque son personas pequeñas. Los acompaño un trecho del camino hasta que caminen más rápido que yo.
Si tuviera ua hija le daría armas para disfrutar su libertad, alas para surfear la vida, abrazos para repartir y millones de besos, porque no se gastan. Le diría que nunca obedezca a nadie y que su opinión vale como la de cualquier otro. Le enseñaría a decir "No" y a entender que recibir es tan natural como dar.
Yo ya lo aprendí. Y solo espero que mi caso no sea el único. Que miles de mujeres hayan entendido también y estén pasando a la siguiente generación lo aprendido.